FILI D'AQUILONE rivista d'immagini, idee e Poesia |
Numero 10 aprile/giugno 2008 Identità & Conflitto |
CARMEN BOULLOSA di Martha Canfield |
Los dos lejanos, los separados, van hacia el agua a que su sed los guía. Ésta es agua trastocada. Sus moléculas espejo cargan el peso de los cuerpos distanciados, el ojo caliente del filo que troncha, agua cercenada en su constitución. Agua rota, mochada. Agua mintiendo el gozo líquido del que carece. Agua hipócrita. Agua explosiva, contenida por su pura apariencia. Agua de donde abrevan el negro can insensible y ellos dos, los desunidos. Agua que quemaría atragantando las gargantas de otros inocentes. Agua estancada que corre, se desplaza como un bloque de ira, es Noche, traga luz, es agua devorante, tiene tanto apetito como si fuera un joven de catorce. Quiere comer vacío solamente. Es ira de cuchillo. Agua maldita, condenada, ríspida engañifa. ¿Él dónde está? La tormenta cae a sus pies para arrullarlo. A ella, la segunda de esos dos, la hace fértil la risa imbécil de la hiena, sobre su mesa sobrevuelan las aves de presa, quieren ser sus consortes. Los dos se aprestan a beber. El agua a que recurren es muro. En ella las naves naufragan, sobre ella el huracán se arraiga, la gaviota es cebo, el ruiseñor carnada, el trigo es pinole que asfixia, la onda la piedra de la honda. Esa agua es ceguera. Escalda la boca que extraña el beso. Esa agua bebe, se sacia de la separación, mastica el espacio sin abrazo, deglute la piel sin piel, se atraganta de la distancia de esos dos. Es agua bebedora y está ahí para engañar la rotura, la lejanía. Si los gatos abrevaran de ella, cantarían y cacarearían con la luz del alba. Si los camellos, aventurarían sus formas en la selva. Si los castores, se arrellanarían en los sofás. Si los pájaros, clavarían el pico en el lago, el cuello, el cuerpo, las patas, comenzarían a aletear como peces. Boquearían simulando vida en su trecho a la muerte. Si Huitzilopochtli la bebiera, con su casco de colibrí sobre la cabeza y en su pie la xiuhcoatl, serpiente de fuego, en lugar de guiarnos de Aztlán a Tenochtitlan, se clavaría en el primer charco para boquear también, agitando sus brazos, lerdas alas. Esa agua es engaño, es el desorden, es el fin del instinto, ella es la guillotina del amor, dinamita en los puentes y en las carreteras, a ella los lleva su sed de separados. La mujer que aquí escribe, vuelve su sed palabras, deja la boca seca. También es como el ave-pez, agonizando a su manera. No puede beber nada más, la separación es el desierto. Su cuerpo suena antes de salir el sol, es puro quejido, tronar de lenguas metálicas de las hojas de las espadas de la ausencia, la duna moviéndose buscando sepultar y trastocar raíces, incapaz de tocar de nuevo tierra. Duna de mala memoria, duna volada, duna sin vuelta. Su cuerpo es viaje únicamente, es boleto, fue expulsado de la sala de espera porque hacía sonora su calidad de separado. No abría la boca. Cada poro repetía el sonido del dolor, era el ladrido que no cruza ningún belfo, y fétida como un cuerpo que está ya corrompiéndose, impaciente, sin esperar la tumba. Volviendo al agua a que su sed lleva a los separados, esa agua quita la sed quemando. Corre como la llama sobre el pasto seco, borrando la huella de la presa. No es claridad ni limpia como el líquido restaurador. Es lo que nació del nido del charco, el agua que se echó a volar después de un par de quinquenios de aislamiento. Agua sin memoria de la gruta y la entraña de la tierra. Sin recuerdo del viento y el sol. Desconocida a la pureza. Agua que regada en la tierra quema la hierba, hace eructar al rosal marchitas petunias y al pino deformes, envenenados piñones aguados como pulpa de guanábana. Todo aquello que sobre las sábanas tuvieron esos dos cuando eran botón de lecho en flor, cuando palabreaba su silencio en la cópula, cuando se entrelazaban como almas perseguidas por el demonio buscando guarida en la lengua y boca del otro, cuando no podían interrumpirse aunque sus cuerpos doloridos pidieran receso, bañados en el sudor y el gemido, cuando ella vivía la dicha de ser la tomada, será barrido por el agua lejía, el agua ácido, el agua temible de la separación, el agua que es como el mantel del rito que quiere borrar el poder de los cuerpos, como bolsa de plástico en la cabeza, la soga al cuello, la daga en la boca que espera el beso. El agua de que bebe el can que desconoce su condición, comportándose como dócil mueble, olvidando sus cuatro patas y emitir el ladrido, pues abre y cierra el hocico para comer y bostezar solamente. El can domesticado hasta la exasperación, que si dejara de beber correría en su sed tras las ardillas y el fundillo de otros perros. Ya no se orinaría como una señorita, sino como el chucho sobre los troncos de los árboles y las paredes. Pero bebe. Ellos dos, muertos de sed, separados, tragando un buche pueden borrar la luz que pintaron apoyados en tres almohadas y la ciudad que inventaron de gozo. La sed que los bendijo estando juntos, los condena a destruir lo que alumbraron cuando dedicados, fieles, aplicaron el día a la noche y también la noche a la cama, y era él quien les paría a los dos las avenidas, los parques y edificios, las casas, los rascacielos, el tren subterráneo y la memoria de esa ciudad dura de inmigrantes, él era la madre gitana que sacaba tesoros de sus faldas donde Quetzalcóatl y el Dios invisible conversan con Mahoma y Buda, sin desacuerdos, mientras iban de abrazo en abrazo a la cólera, a la desesperación, al quejido como única palabra y a la lengua muda en que expresaban cuanto querían decirse ellos dos con ternura, en idiomas de países enemigos, en su guerra privada. El agua los hará borrar, cruzando su garganta, olvidar, matar. Será la del pozo donde se arrojarán sus hijos. Antes vencieron el reloj: serán esclavos del segundero y la arruga. Antes reconocieron la ley: serán gobernados por el amo falso de la costumbre. Antes despertaron a los dormidos y fueron ellos mismos el misterio del color que se ve, alegres como una naranja, unidas las dos medias, bellos: serán suicidas y asesinos de manos limpias por el arte de beber del líquido a que la separación los condena, tronchados. Fueron cuerpos, carneros, leones itifálicos, los acostados: serán nube, recubrimiento, pantalla, los de pie, los distantes. Jugaron a los dados con dioses de distintas latitudes: verán tirado el gatillo por el dedo del niño irresponsable. Que dos rayos los partan: al caer en el sueño, sus cuerpos abiertos vaciándose regresarán al agua su natural pureza. Que dos rayos los partan: sus restos sabrán incorporarse al trabajo misterioso de las semillas y serán memoria en las frondas y las frutas. Antes de que traguen el buche del agua, que dos rayos los partan. Para que no caminen el rosario de la repetición que los convertirá en la mazorca nacida del abeto, en la petunia que escupe marchita el tallo del rosal, en el león castrado al pie del sofá, en el ladrar que ninguna jeta emite, a ella en el cuerpo sin derecho a la cópula, a él en la cópula sin la puerta al amor, que dos rayos los partan.
Acqua
Quei due lontani, quei due separati vanno verso l'acqua guidati dalla loro sete. Questa è acqua scompigliata. Le sue molecole specchio portano il peso dei corpi allontanati, l'occhio caldo del filo che tronca, acqua spezzata nella sua costituzione. Acqua rotta, mozzata. Acqua che finge il piacere liquido che non ha. Acqua ipocrita. Acqua esplosiva, trattenuta dalla pura parvenza. Acqua dove si abbeverano il nero cane insensibile e loro due, i disgiunti. Acqua che brucerebbe andando di traverso nelle gole di altri innocenti. Acqua stagnante che scorre, che si sposta come un blocco di furia, è Notte, inghiotte luce, è acqua divorante, ha tanta fame come può avere un quattordicenne. Vuole mangiare unicamente il vuoto. È furia da coltello. Acqua maledetta, dannata, ispida truffa. Lui, dove si trova? La tempesta cade ai suoi piedi per cullarlo. Lei, la seconda di quei due, è resa fertile dal riso idiota della iena, sopra il suo tavolo si librano gli uccelli da preda, vogliono essere i suoi consorti. I due si dispongono a bere. L'acqua cui ricorrono è muraglia. In essa le navi vanno a picco, sopra di essa l'uragano si accanisce, il gabbiano è cibo, l'usignolo esca, il frumento polvere di vaniglia che soffoca, l'onda è la pietra della fionda. Quest'acqua è cecità. Riscalda la bocca che agogna il bacio. Quest'acqua beve, si sazia con la separazione, mastica lo spazio senza abbraccio, deglutisce la pelle senza pelle, si abbuffa con la distanza tra quei due. È acqua bevitrice ed è lì per confondere la rottura, la lontananza. Se i gatti si abbeverassero alla sua fonte, canterebbero e chioccerebbero con la luce dell'alba. Se fossero cammelli, azzarderebbero le proprie forme nella selva. Se fossero castori, si adagerebbero sulle poltrone. Se fossero uccelli, pianterebbero il becco nel lago, il collo, il corpo, le zampe, comincerebbero a battere le pinne come i pesci. Boccheggerebbero simulando vita nel cammino verso la morte. Se Huitzilopochtli la bevesse, con il suo casco da colibrì in testa e ai suoi piedi la xiuhcoatl, serpente di fuoco, anziché guidarci da Aztlán verso Tenochtitlan, si pianterebbe nel primo stagno per boccheggiare pure lui, agitando le sue braccia, inoperose ali. Quell'acqua è inganno, è il disordine, è la fine dell'istinto, essa è la ghigliottina dell'amore, dinamite sui ponti e sulle strade, verso di lei li conduce la loro sete da disgiunti. La donna che qui scrive, muta la sua sete in parole, lascia la bocca secca. Ed è anche come l'uccello-pesce, che agonizza a modo suo. Non può bere nient'altro, la separazione è il deserto. Il suo corpo suona prima che esca il sole, è un puro lamento, tuonare di lingue metalliche dei fili delle spade dell'assenza, duna che si muove cercando di seppellire e travisare le radici, incapace di toccare ancora terra. Duna di cattiva memoria, duna volata via, senza ritorno. Il suo corpo è puro viaggio, è biglietto di andata, l'hanno cacciato dalla sala d'attesa perché faceva suonare la sua qualità di disgiunto. Non apriva la bocca. Ogni suo poro ripeteva il suono del dolore, era il latrato che non esce dal muso, e lei era già fetida come un corpo che inizia a decomporsi, impaziente, senza attendere la tomba. Tornando all'acqua dove la sete porta i due disgiunti, quell'acqua disseta nel bruciare. Avanza come la fiamma sulle foglie secche, cancellando le orme della preda. Non è chiara né pulita come il liquido riparatore. È ciò che nacque dal nido dello stagno, è l'acqua che si lanciò a volare dopo un paio di quinquenni nell'isolamento. Acqua senza memoria della grotta né delle viscere della terra. Senza ricordi del vento né del sole. Ignorata dalla purezza. Acqua che irrigata sulla terra brucia l'erba, fa sputare al roseto petunie marce e al pino pinoli deformi, avvelenati e acquosi come polpa di guanabana. Tutto quello che sui lenzuoli avevano quei due quando erano gemma di letto in fiore, quando il loro silenzio nell'amplesso balbettava, quando si stringevano come anime perseguitate dal demonio cercando rifugio nella lingua e nella bocca dell'altro, quando non potevano interrompersi malgrado i loro corpi indolenziti chiedessero una pausa, bagnati di gemiti e sudore, quando lei viveva la gioia di essere posseduta, tutto quanto sarà spazzato via dall'acqua candeggina, l'acqua acido, l'acqua temibile della separazione, l'acqua che è come il mantello del rito che vuole cancellare il potere dei corpi, come un sacchetto di plastica in testa, la corda al collo, il pugnale nella bocca che aspetta il bacio. L'acqua che beve il cane che non conosce la propria condizione, e si comporta come un docile mobile, dimentico delle proprie zampe e del proprio abbaio, poiché apre e chiude il muso solo per mangiare e sbadigliare. Il cane addomesticato fino all'esasperazione, che se smettesse di bere correrebbe nella sua sete dietro agli scoiattoli e dietro al sedere di altri cani. Non piscerebbe più come una signorina, bensì come cagnaccio sui tronchi degli alberi e contro le pareti. Eppure beve. Loro due, morti di sete, separati, nel mandare giù un sorso possono cancellare la luce che avevano dipinto reclinati su tre cuscini e anche la città inventata per puro piacere. La sete che li ha benedetti stando insieme, li condanna a distruggere ciò che avevano illuminato quando solerti, leali, applicarono il giorno alla notte e anche la notte al letto, ed era lui quello che partoriva per tutti e due i viali, i parchi e i palazzi, le case, i grattacieli, il treno sotterraneo e il ricordo di quella dura città di immigranti, lui era la madre gitana che tirava fuori tesori dalle sue gonne dove Quetzalcóatl e il Dio invisibile conversano con Maometto e Buddha, senza scontri, mentre andavano attraverso gli abbracci verso la collera, verso la disperazione, verso il lamento come unica parola e verso la lingua muta in cui esprimevano quanto volevano dirsi con tenerezza, in lingue di paesi nemici, nella loro guerra privata. L'acqua li farà cancellare, attraversando la loro gola, dimenticare, uccidere. Sarà quella dello stagno dove si butteranno i figli. Prima avevano sconfitto l'orologio: ora saranno schiavi della lancetta dei secondi e della ruga. Prima avevano riconosciuto la legge: ora saranno comandati dal falso padrone del costume. Prima hanno svegliato i dormienti e loro stessi sono stati il mistero del colore che si vede, allegri come un'arancia, unite le due metà, belli: ora saranno suicidi e assassini dalle mani pulite per via dell'arte di bere dal liquido al quale sono condannati dalla separazione, troncati. Sono stati corpi, montoni, leoni itifallici i due coricati: ora saranno nuvola, occultamento, schermo, i due in piedi, i due lontani. Hanno giocato a dadi con gli dei di diverse latitudini: ora vedranno il grilletto premuto dal dito del bambino irresponsabile. Che li prendano due colpi: nel cadere nel sonno, i loro corpi aperti che si vanno svuotando ridaranno all'acqua la purezza naturale. Che li prendano due colpi: le loro spoglie sapranno inserirsi nel lavoro misterioso dei semi e saranno memoria nel fogliame e nei frutteti. Prima che mandino giù il sorso di acqua, che li prendano due colpi. Perché non percorrano il rosario della ripetizione che li farebbe diventare la pannocchia generata dall'abete, o la petunia che avvizzita sputa lo stelo del roseto, o il leone castrato ai piedi della poltrona, o il latrato che nessun grugno ha emesso, lei sarebbe il corpo senza diritto all'amplesso, lui sarebbe l'amplesso senza la porta dell'amore, che li prendano due colpi. |
Il poemetto Agua è stato pubblicato nel 2000. Traduzione dallo spagnolo di Martha Canfield. |
CARMEN BOULLOSA
È nata a Città del Messico nel 1954. Scrittrice di poesia, narrativa e teatro. Le sue prime raccolte poetiche sono del 1978: El hilo olvida e La memoria vacía. L'anno successivo esce Ingobernable nella prestigiosa collana "Cuadernos de poesía" dell'Università Autonoma del Messico (UNAM). Seguono Lealtad, nel 1980, e La salvaja, nel 1987. Un'antologia delle opere precedenti è raccolta in La salvaja, pubblicata dal Fondo de Cultura Económica del Messico (1989). Altre opere in versi: Soledumbre (1994), Niebla (1995), La delirios (1998). Il poemetto Agua (2000), in preziosa edizione con disegni di Juan Soriano, viene più tardi inserito in La bebida (2002). Infine Salto de Mantarraya (2004) dimostra l'assoluta maturità poetica dell'autrice, il dominio della lingua, la sua cosmovisione da donna fiera e tragica, ribelle e appassionata.
Anche nelle opere di narrativa, per lo più romanzi, le voci narranti possono essere di uomini o di donne, del presente o del passato, oppure di un inquietante futuro apocalittico. Ha studiato con particolare passione il mondo dei pirati, al quale ha dedicato più di un romanzo: Son vacas, somos puercos (1991), El médico de los piratas (1992). Ama ricreare il Messico coloniale (Duerme, 1994, e Cielos de la Tierra, 1997), e anche, come in quest'ultimo romanzo, ama cercare i profondi legami tra la parola poetica e il senso dell'esistenza. In Cielos de la Tierra l'autrice rende un omaggio esplicito alla poesia di Álvaro Mutis, mentre in La otra mano de Lepanto ricrea un personaggio cervantino, la Gitanilla, tratta da una delle novelas ejemplares, e riunendo realtà storica e realtà letteraria, la fa incontrare lo stesso Cervantes. È stata borsista del Centro Messicano di Scrittori (1980), della Fondazione Guggenheim (1992) e del Center for Scholars and Writers della Biblioteca Pubblica di New York (2001). Ha fatto parte del "Sistema Nacional de Creadores" del Messico (1994-1997). Ha ricevuto il Premio Xavier Villaurrutia nel 1989, il Premio Anna Seghers per l'insieme della sua opera nel 1997, e il Premio Liberatur di Francoforte per La milagrosa nel 1998. Attualmente vive a Brooklyn ed è docente al City College di New York. Altre opere in prosa:
Poesia:
Romanzi:
Studi sulla sua opera:
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